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«Ich erkläre den Frieden zum größten Kunstwerk» 
(Wolf Vostell, 1979)













I/III

El año en que Vostell declaró la paz como la mayor obra de arte, alguien, no cualquiera sino un pastor, quizá no aquí, no exactamente aquí, extendió el vellón que habían esquilado, sobre el campo, quizá no este campo sino uno contiguo, y quiso pensar que si a la mañana el rocío caía sólo sobre el vellón y no sobre el campo la paz sería un hecho. — ¿Por qué un vellón? , se preguntarán. ¿Por qué la paz?






A la mañana siguiente, alguien, quizá el mismo pastor, escurrió el vellón y llenó un cuenco con el rocío. — ¿Por qué un cuenco?, se preguntarán. ¿Por qué el rocío? 




Aún insistió Vostell, o ese pastor o la viuda de otro pastor y quiso pensar que si a la mañana siguiente, el campo estaba lleno de rocío mientras que el vellón permanecía seco, la paz sería un hecho. — ¿por qué un hecho? , se preguntarán. ¿Por qué la acción de escurrir? ¿Por qué el campo?













II/III

El pensamiento despertado al Rostro del otro hombre no es un «pensamiento de...»,
una representación, sino, de entrada, un «pensamiento por...»,
una no-indiferencia por el otro que rompe el equilibrio del alma siempre igual e
impasible del puro conocer,
un despertar al otro hombre en su unicidad indiscernible para el saber,
una aproximación a cualquiera en su proximidad de prójimo y único.








Paz como incesante despertar a esta alteridad y a esta unicidad.
Proximidad como la imposible asunción de la diferencia,
imposible definición, imposible integración.
Proximidad como imposible aparecer. Pero proximidad.
Es la «apresentación», nunca como una representación empobrecida,
sino como el excedente misterioso del amado.










la crítica de Lévinas a la vinculación moderna de la paz entendida como «suma cero»
con el que eso mismo ocurra como resultado del cómputo de los conflictos
—al modo en el que esa paz fuera aplazada para después, remotamente—
da a entender no sólo que hay un punto en el que ella no tiene su tiempo
y en el que cualquier establecimiento de la misma antes de la hora del emplazamiento
tiene por consecuencia una paz a destiempo,
sino que da a entender sobre todo que hay un punto en el que,
tras la espera de los acop(u)lamientos, hay ya paz,
como si aquello que define su tiempo para no venir a destiempo —su «para después, remotamente»—
estuviera anafórica y perfectamente —como el futuro perfecto— preparado desde antes,
que no hay entonces un estricto «después»
ni tiempo alguno, o como si aquel mismo «ya», al ser «suma cero»,
pudiera volver atrás, sin dejar cicatrices, al tiempo anterior sin conflictos,
(Alonso Martos,  Amoraga Montesinos)





















III/III


«Una obra resistente, cuya resistencia se caracteriza, como para el metal, por su resistencia al choque; pero resistente a la obra misma, a cada una de sus partes.»


«Recurrir a la energía cinética necesaria para provocar la ruptura, para controlarla. Ser esa energía.»

Edmond jabés.
El libro de las semejanzas.





 



organizan: Isabel León, Ana Matey y MVM
participan: Franzisca Siegrist, Ida Grimsgaard, Inger-Reidun Olsen,
Elisabeth Færøy Lund, Yolanda Pérez Herreras, Daniel Franco,
Isabel León y Ana Matey
agradecimiento a José Antonio Agúndez


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