a la desesperada










 richard long Slate Drawing Two


(Repite el gesto, abre las manos, con todos los dedos muy separados, los va acercando despacio, después los junta, los aprieta, los crispa, los entrelaza.) Hay que llegar a esto
Si me desvío más de la cuenta, por arriba o por abajo, se va todo al carajo. Hay que procurar tener la red bien prieta, sin agujeros por donde se pueda escapar la emoción, o la luz, o la verdad.


 Pongo el mismo impulso, la misma fe, para agrupar todo lo que anda desperdigado


 Todo lo que vemos se dispersa, se va. La naturaleza es siempre la misma, pero sin que tenga nada fijo, no queda nada de lo que miramos


Nuestro arte, en cambio, le mete el temblor de su duración con los elementos, le da la apariencia de todos sus cambios. Nos obliga a probarla en toda su eternidad. ¿Y qué es lo que esconde? Nada quizás. O a lo mejor todo. Todo, ¿entiendes? Conque voy juntando sus manos errantes...

El color es el punto de reunión de nuestro cerebro y del universo. Por eso resulta tan dramático 






cuando todo su volumen se desploma... Eran bloques de fuego. Aún hay fuego en su inetrior. De día, parece que la sombra retroceda estremeciéndose, como si la asustaran;



He pasado mucho tiempo sin poder, sin saber pintar la Sainte-Victoire, porque le atribuía una sombra cóncava, como tanta gente que no mira, y en realidad, fíjate, es convexa, huye de su centro. En lugar de acumularse, se evapora, se fluidifica. Con todo su azulamiento, participa de la respiración ambiental del aire.







Para pintar bien un paisaje, he de descubrir primero los cimientos geológicos. Piensa que la historia del mundo empieza el día que coincidieron dos átomos, el día que se combinaron dos torbellinos, dos bailes químicos. Percibo la ascensión de esos grandes arco iris, de esos prismas cósmicos, de esa aurora de nosotros mismos por encima del vacío, y me saturo leyendo

bajo esta fina lluvia respiro la virginidad del mundo





Hay un agudo sentido de los matices que me atormenta. Me siento coloreado por todos los matices del infinito. 


 Somos un caos irisado. Llego a ver el motivo y me pierdo. Sueño, divago. El sol me penetra sordamente


Necesito que sea de noche para poder apartar mi vista de la tierra, de este rincón de tierra que me ha fundido. Al día siguiente, temprano, resurgen lentamente las bases geológicas, se establecen capas, los grandes planos de mi tela, dibujo mentalmente su pétreo esqueleto.












 Veo que afloran rocas bajo el agua, noto el peso del cielo. Todo cae a plomo. Una lívida palpitación envuelve los aspectos lineales. Las tierras rojas salen de su abismo.

Comienzo a separarme del paisaje, a verlo. Me distancia mediante ese primer esbozo, esas líneas geológicas. La geometría, medida de la tierra.




De súbito, una lógica aérea, coloreada, reemplaza la sombra, la terca geometría. Todo se organiza, árboles, campos, casas. Veo. A través de manchas. El cimiento geológico, la labor preparatoria, el mundo del dibujo se hunde, se desmorona como una catástrofe. 

Todo desaparece y se regenera por obra de un cataclismo. Nace un nuevo período. ¡El verdadero! Metido en él, ya no hay nada que se me escape, todo es denso y fluido a la vez, natural.






Sólo hay colores, y en los colores claridad, el ser que los piensa, esa exhalación de las profundidades hacia el amor. Lo genial ha de consistir en inmovilizar esta elevación dentro de un minuto de equilibrio, sugiriendo su impulso sin embargo. 


Hay un peso que entorpece, que lastra mi tela, de mi tela hacia abajo. Pesadamente. ¿Dónde está el aire? ¿Dónde la densa liviandad? Lo genial consistiría en separar la amistad de todas esas cosas al aire libre, sin salir de la misma elevación, sin salir del mismo deseo. 

Tú sabes que está transcurriendo un minuto del mundo. ¡Pintarlo en toda su realidad! Y olvidarse de todo por esto. Convertirse en él mismo. Ser entonces la placa sensible. Dar la imagen de lo que estamos viendo, olvidándonos de todo lo que antes habíamos visto




Los bordes de los objetos huyen hacia otro distinto situado en nuestro horizonte.









Oliver Saudan. la montagne sainte-victoire















Paul Cézanne - Joachim Gasquet









Il faut se dépêcher
si l’on veut encore voir quelque chose
car les choses sont en train de disparaître