aserrín aserrán







desde el umbral de las casas de Poo hasta los acantilados de la Forcada
un recuerdo anatómico, un dibujo animado y susurrado en la xata de la rifa 
para flor y los nombres inscritos en la voz y las lápidas





Rumbé sin novedad por la veteada calle
que yo me sé. Todo sin novedad,
de veras. Y fondeé hacia cosas así,
y fui pasado.
Cesar Vallejo








I/IIIIII

el punto o el espacio sin dimensión que separa lo que el tocar reúne,
la línea que separa el tocar de lo tocado y por tanto el toque de sí mismo.

no llegando al contacto de su presencia manifiesta,
acceder a su presencia real, que consiste en su partida.

la partida en la cual la presencia se sustrae en verdad,
portando su sentido en función de esa partida.

la «resurrección» es la surrección, el surgimiento de lo indisponible, de lo otro
y del acto de desaparecer en el cuerpo mismo y como el cuerpo.

revela que ese vacío es el vaciamiento de la presencia.
No, nada está aquí disponible:
no trates de tocar ni de retener lo que esencialmente se aleja
y, alejándose, te toca por su misma distancia


como lo que
al frustrar definitivamente tu espera, hace surgir ante ti, para ti, aquello mismo que no surge,
aquello de lo que la surrección o la insurrección es una gloria que no responde a tu mano tendida y la aparta.

el tocar, el retener, sería adherirse a la presencia inmediata,
e igual que eso sería creer en el tocar (creer en la presencia del presente),
sería faltar al acto de marcharse según el cual el toque y la presencia vienen a nosotros.


el «resucitado» no mediatiza lo uno por lo otro:
expone («revela») cómo es el ausentarse mismo,
el alejamiento mismo al que no se puede pensar en tocar,
puesto que es él, y sólo él, quien nos toca en lo más vivo: en el punto de la muerte.

parto ya, no soy más que en esta partida, yo soy el que parte del acto de partir,
mi ser consiste en esa partida, y mi palabra en ésta: «yo, la verdad, parto».


parte hacia el ausente, hacia el distante:
él se ausenta, retrocede a esa dimensión de la que sólo llega la gloria,
es decir, el brillo añadido a la presencia, el resplandor de un exceso sobre lo dado, lo disponible, lo establecido.



cuida el aspecto del entorno de su ausencia.
cultiva, no su recuerdo, sino  lo inmemorial de la partida y la procedencia, mezcladas la una con la otra.

deviene la vida misma en la inminencia ininterrumpida del hecho de ausentarse.


de partir a ninguna parte: de partir ,absolutamente,
de ir hasta el fondo sin fondo en el que no se deja de avanzar
sin que sin embargo se haga camino hacia ningún destino.








II/IIIIII


la creencia espera lo espectacular y se lo inventa si es preciso.

comprender que ninguna presencia presenta el alejamiento en que se ausenta la verdad de la propia presencia.

no pudiendo ver  sino por el lapso de tiempo de saber que hay que dejar partir esa visión.

es en el vacío o en el vaciamiento de la presencia donde brilla la luz.
y esta luz no colma el vacío: lo ahueca todavía más.







III/IIIIII

no ilustra una verdad invisible:  es idénticamente la verdad que se presenta representándose

la imagen es vista si es vista, y es vista cuando la visión se hace en ella y por ella, 
lo mismo que la visión  no ve más que cuando es dada con la imagen y en ella.

es esencial a la imagen en general no ser tocada.
Pero ¿qué es la vista sino, sin duda, un tocar diferido?
Pero ¿qué es  un tocar diferido sino un tocar que aguza o que destila sin reserva, hasta un exceso necesario, el punto, la punta y el instante por el que el toque se separa de lo que toca en el momento mismo en que lo toca?


las palabras «divino» o «sagrado» podrían perfectamente no haber designado nunca otra cosa que esa pasividad o esa pasión  iniciadora en los sentidos, en lo dotado de sentido, lo sensitivo o lo sensual.

se trata siempre del surgimiento del sentido  o del más-allá-del-sentido:
de un eco singular en el que yo me oigo hablarme y responderme por la voz de otro como a mi oído más propio.
la creencia plantea o supone en otro una mismidad en la que ella se identifica y reconforta,
mientras que la fe deja que el otro le dirija una llamada desconcertante,
lanzada a una escucha que uno mismo no conocía.





IIII/IIIIII


todo sucede como si su semejanza consigo mismo estuviera por un momento suspendida y flotante.
es el mismo sin ser el mismo, está alterado en sí mismo:
¿no es esta alteración a la vez insensible y sorprendente —el aparecer de lo que (del que) propiamente no aparece ya, el aparecer de un aparecido y desaparecido— lo que lleva más propia y violentamente la huella de la muerte?

él es su propia alteración y su propia ausencia:
no es propiamente sino su impropiedad.

desplaza y desinstala todos los valores de presencia y ausencia, de animado e inanimado, de alma y cuerpo. extensión de un cuerpo a la medida del mundo y del acercamiento de todos los cuerpos.

el cuerpo glorioso es a la vez el que parte y el que habla, el que no habla más que partiendo, el que se desvanece


se apoya en esta confianza: que aquel que la llama no llama a nadie más que a ella, y en la fidelidad a esta nominación.
«no oigas nada más: tú, sólo tú, y mi partida. no te doy nada, no te revelo nada.»

ser nombrado es estar partiendo y dejar el sentido desde su borde, al que no se habrá, en verdad, ni siquiera abordado.


decir el nombre es decir eso mismo que muere y no muere.
es decir lo que parte sin partir.
el nombre parte sin partir pues lleva la revelación de lo infinitamente finito de cada uno .
el nombre propio habla sin hablar, puesto que no significa, pero designa,
y aquel o aquella a quien designa queda infinitamente por detrás de todo significado.







IIIII/IIIIII


el amor y la verdad tocan rechazando:
hacen retroceder a aquel o aquella a quienes alcanzan,
pues su alcance revela, en el mismo toque, que están fuera del alcance.
es por ser inalcanzables por lo que nos tocan y nos hieren.
lo que acercan a nosotros es su alejamiento, nos lo hacen sentir, y ese sentimiento es su propio sentido.

he aquí lo que corresponde a un saber de amor: ama lo que se te escapa, ama a aquel que se va: ama que se vaya.

representar quiere decir «hacer intensa la presencia de una ausencia en tanto que ausencia».

el verdadero movimiento de darse no es entregar una cosa para que sea agarrada, sino permitir el toque de una presencia, y por consiguiente el eclipse, la ausencia y la partida, según los cuales, siempre, una presencia debe ofrecerse para presentarse.
si yo me doy como un bien apropiable, yo permanezco, «yo», detrás de esa cosa y detrás de esa donación, yo las vigilo y me distingo de ellas.
si me doy apartando el toque, invitando así a buscar más lejos o en otra parte y como en el hueco del mismo toque —¿pero no es eso lo que hace toda caricia?, ¿no es la pulsación del beso o del besar que se aparta y se retira?— yo no domino esa donación, y aquella o aquel que me toca y se retira, o bien al que o a la que retengo antes de su toque, ha retirado realmente de mí un resplandor de (mi) presencia.





IIIIII/IIIIII

hay a partir de ahora una alteridad que atraviesa el mundo de parte a parte, una separación infinita de lo finito, una separación de lo finito por lo infinito.


mantenerse en el lugar de lo imposible
equivale a mantenerse allí donde el hombre se mantiene en su límite;
el de su violencia y  su muerte:
en ese límite, se derrumba o se expone, y de una manera u otra se pierde necesariamente.
por eso ese lugar no puede ser más que un lugar de vértigo y de escándalo , el lugar de lo intolerable al mismo tiempo que el de lo imposible.
es el lugar de una separación tan íntima como irreductible: «no me toques».

Jean-Luc  Nancy
Noli me tangere.
Ensayo sobre el levantamiento del cuerpo










 

mar y estructura /
sin verse confían nombre /
en despeñar /