tremendum


















Ma la natura la dà sempre scema,
Símilmente operando a l’artista
Ch’a l’abito de l’arte ha man ché trema.




Pero 
la naturaleza la da 
siempre manca,
operando a semejanza
del artista
quien tiene por hábito el arte, tiene mano que tiembla
 Dante Alighieri. Paraíso. libro XIII 






el necesario temblor de la mano de un artista que tiene, sin embargo, el hábito y la experiencia de su arte.
el artista es alguien que se convierte en artista ahí donde la mano tiembla,
es decir, donde él no sabe en el fondo lo que va a suceder o que aquello que va a suceder le es dictado por el otro. 
El momento propiamente artístico de la obra de arte es el momento en que la mano tiembla 
porque el artista ya no tiene el dominio, porque lo que le sucede y le sorprende como verticalmente le viene del otro. 












El artista no es responsable. Puede ser 
responsable de su saber, de su técnica, no es responsable de aquello que es 
lo más irreductible de su arte y que viene del otro y que hace temblar su mano.
Y entonces, hay ahí, en ese temblor, una alianza 
de responsabilidad y de irresponsabilidad:
porque el artista sabe que va a tener que asumir la responsabilidad,
es decir, firmar aquello mismo de lo que no es responsable,
que le viene del otro.





Eikoh Hosoe: The Butterfly Dream (Kazuo Ohno)























El pensamiento del temblor es una experiencia singular del no-saber­
no hay que hacer como si se supiera lo que quiere decir temblar, o saber lo que es verdaderamente temblar, en verdad, ya que el temblor se mantendrá siempre heterogéneo al saber, es el único saber posible al respecto.



se debe aceptar la falla, el fracaso, el desfallecimiento


significa dudar, tartamudear, hablar con voz entrecortada—.
Parece entonces que fuera preciso temblar, no escoger temblar, como por deber, 
sino ceder ante la necesidad del desfallecimiento, de la debilidad,
abandonando toda complacencia o todo sentimiento ingenuo o inocente de tener una firme capacidad,
o el dogmatismo de saber dónde se está parado, toda presunción segura acerca del temblor;

el temblor, si es que existe, excede todo “hay que”, toda decisión voluntaria y organizada.
La experiencia del temblor es siempre la experiencia de una pasividad absoluta,
absolutamente expuesta, absolutamente vulnerable, pasiva ante un pasado irreversible así como ante un porvenir imprevisible.












El temblor digno de ese nombre hace temblar a un “yo” al punto en que ya no puede plantearse como el sujeto (activo o pasivo) de un temblor violento que le sucede, de un acontecimiento que lo priva de su dominio, de su voluntad, de su libertad.



Temblar hace temblar la autonomía del yo, lo instala bajo la ley del otro
“alguien o alguna cosa me hace temblar”
“tiemblo de miedo”, “tiemblo ante la catástrofe que se anuncia” 
y sobre todo, “tiemblo ante el otro, ante aquélla o aquél”

Dios es en principio el nombre que nombra aquello ante lo que siempre temblamos, lo sepamos o no. 
O más aún, Dios es el nombre de todo otro que, como todo otro, hace temblar.

Tiemblo ante lo que excede mi ver y mi saber 

mientras que eso me concierne hasta lo más profundo, hasta el alma y, como se dice, hasta los huesos.
































¿Qué es lo que hace temblar en el mysterium tremendum
Es el don del amor infinito, 
la disimetría entre la mirada que me ve y yo mismo que no veo aquello mismo que me mira, 
es la desproporción entre el don infinito y mi finitud

Si el otro compartiera con nosotros sus razones explicándonoslas, 
si nos hablara todo el tiempo sin ningún secreto, 
no sería el otro, estaríamos en un elemento de homogeneidad.


y lo que sucede, si algo sucede, sucede imprevisiblemente, 

ya que un acontecimiento, lo que sucede, o quien llega, es siempre imprevisto.




















La mayoría de las veces no sabemos y no vemos el origen —por tanto, secreto— de lo que cae sobre nosotros. 

Temblamos en esta extraña repetición que une un pasado innegable. 
Un golpe tuvo lugar, un traumatismo nos ha afectado ya en un futuro no anticipable, anticipado pero no anticipable, aprehendido pero, justamente 
por ello existe el futuro, aprehendido como imprevisible, impredecible, 
tan cercano como inaccesible.


el nuevo instante, el acontecimiento de esta llegada permanece virgen, 
aún inaccesible, en el fondo, invivible. 
En la repetición de lo que permanece impredecible















Die Welt ist fort, ich muss dich tragen




“El mundo ha partido, debo ser yo quien contigo cargue”
Paul Celan. Groβe, glühende Wölbung.





en el momento en el que ya no existe el mundo, 
o que el mundo pierde su fundamento, donde ya no hay suelo 
—en el terremoto ya no hay suelo ni fundamento que nos sostenga—, 
ahí donde ya no hay mundo ni suelo, debo cargarte, 
tengo la responsabilidad de cargarte 
porque ya no tenemos apoyo,
ya no puedes pisar un suelo confiable y por lo tanto tengo la responsabilidad de cargarte. 



O bien, cuando ya estás muerto, cuando ya no hay mundo porque el otro está muerto,
y la muerte es cada vez el fin del mundo,
cuando el otro está muerto, debo cargarlo.


Cuando el mundo ya no existe debo cargarte, es mi responsabilidad ante ti: es pues una declaración de responsabilidad hacia el otro amado.
Pero tragen pertenece también al vocabulario de la gestación (la madre que carga en su vientre a un niño): 
para el niño que aún no ha nacido no existe el mundo, aún no existe mundo, y ahí, donde no hay mundo, debo cargarte.



la responsabilidad del debo cargarte supone la desaparición, el alejamiento, el fin del mundo.
No existe más responsabilidad que ahí donde se halla el fin del mundo, ahí donde ya no hay suelo, ni tierra, ni fundamento.
Para ser responsable es necesario que ya no exista mundo.
Entonces se puede decir: ahí donde ya no hay mundo, soy responsable de ti;  
o bien, desde que soy responsable de ti, y te cargo, en ese mismo momento aniquilo al mundo, ya no hay mundo;
en el momento en que soy responsable ante ti, el mundo desaparece. 

























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