cicatrices












la doncella de las cicatrices.
a la brat nuhra







nadie puede

abrid

está realmente
es
lo negro adueñado
íntima
tan lejos
encuentro sin
¿el mal?
lo malo

¿mala? vitam
in tenebris trahere
haced luz

habla, vive
no es en la habitación

el lugar no

no

sin empezar nada


se mueve casi en la oscuridad
recta
puede morir
morirá
una noche era otra-ella
ella
nunca

la sonrisa es igual
no ha sonreído una vez

heredera de aparición

lejanía lejana lejanísima

el contacto es la puerta
cerrada
irse en plenilunio
sus ojos son las puertas
abiertas
puede llorar, inclinarse

tiznada, herida

elevada en un cielo

de noche estoy oscuro
la rezo
la enciendo

ignora su primera
su purísima
todo la insulta
al amanecer,¿qué?
¿amanece?
del olvido

humo no era humo
iluminación muy escasa
estaba

lo sé

daría
¿no tengo?
ilumíname
porque yo
celebrad alturas
¿yo qué?
criatura del éxtasis
rosa de tiniebla
creo

estaba
demasiado humo
en un lugar humano demasiado
en un
no es palabra amor
no hay muerte aquí
tampoco

también
tan bien

redención
renunciación
rubia
morena
oro
noche
eternamente
de un sueño
agonizaré junto al
recuerdo




Juan Eduardo Cirlot




















como si la mayor audacia de la transcendencia amorosa se pagase 
con una caída más acá de la necesidad. pero este más acá mismo, 
por los abismos de lo inconfesable a donde conduce, 
por la oculta influencia que ejerce sobre todos los poderes del ser, da testimonio 
de una audacia excepcional. el amor sigue 
siendo una relación con el otro, que se transforma 
en necesidad; y esta necesidad presupone aún la exterioridad total, 
la trascendencia del otro, del amado. pero el amor 
va también más allá del amado. por eso, 
a través del rostro, filtra 
la oscura luz que viene de más allá del rostro, de lo que aún no es
de un futuro jamás bastante futuro, más lejano que lo posible.
















el amor apunta al Otro, lo señala 
en su debilidad. la debilidad no indica aquí el grado inferior de un atributo cualquiera, 
la deficiencia relativa de una determinación común a mí y al Otro. 
anterior a la manifestación de los atributos, califica la alteridad misma. 
amar es temer por otro, socorrer su debilidad.
la modalidad de lo tierno consiste en una fragilidad extrema, en una vulnerabilidad. 
se manifiesta en el límite del ser y del no ser, 
como un dulce calor en el que el ser se dispersa en radiación

fuga de sí en el seno mismo de su manifestación. 
y en esta fuga, el Otro es Otro, extraño 
al mundo demasiado grosero y demasiado hiriente para él.

y sin embargo, esta extrema fragilidad se mantiene 
también en el límite de una existencia «sin modales» 
de un espesor «no significante» y crudo, de una ultramaterialidad exorbitante. 
la ultramaterialidad no indica una simple ausencia 
de lo humano en un montón de rocas y arenas en un paisaje lunar; 
ni la materialidad que se superaría a sí misma, estando 
abierta bajo sus formas desgarradas, en las ruinas y las heridas; 
indica la desnudez exhibicionista de una presencia exorbitante, 
que viene de más allá de la franqueza del rostro, que ya profana 
y del todo profanada como si hubiese forzado lo vedado de un secreto. 
lo esencialmente oculto se arroja a la luz sin llegar a ser significación.
















no la nada, sino aquello que aún no es. 
sin que esta irrealidad en el umbral de lo real se ofrezca como un posible para apresar. 
clandestinidad que en el impudor de su presentación confiesa una vida nocturna, 
la que no equivale a una vida diurna privada del día.

el secreto aparece sin aparecer, no porque aparezca 
a la mitad, o con reservas, o en la confusión. la simultaneidad 
de lo clandestino y de lo descubierto define 
precisamente la profanación.
















la caricia consiste en no apresar nada, 
en solicitar lo que se escapa sin cesar de su forma 
hacia un porvenir —jamás lo bastante porvenir—, 
en solicitar eso que se oculta como si no fuese aún.
la caricia busca, más allá del consentimiento o la resistencia 
de una libertad, lo que no es aún,  un «menos 
que nada», cerrado y 
que dormita más allá del porvenir y, en consecuencia, que dormita 
de un modo muy distinto de lo posible
el cual se ofrecería a la anticipación. la profanación 
que se insinúa en la caricia responde adecuadamente 
a la originalidad de esta dimensión de la ausencia.

lo carnal, tierno por excelencia, y correlativo 
de la caricia, la amada, no se confunde ni con el cuerpo, 
ni con el cuerpo propio del «puedo», 
ni con el cuerpo-expresión , asistencia a su manifestación, o rostro.
















la amada, a la vez apresable, pero intacta en su desnudez, 
más allá del objeto y del rostro, y así más allá del ente, 
se mantiene en la virginidad.
como una fragilidad en el límite del no-ser; 
del no-ser en el que no se aloja solamente lo que se apaga y no es ya
sino lo que aún no es. 
lo virgen sigue siendo inapresable, se retira en su porvenir, 
más allá de todo posible prometido a la anticipación.

la caricia no se dirige ni a una persona ni a una cosa. se pierde 
en un ser que se disipa ya por completo 
en la muerte, en un sueño impersonal sin voluntad y aun sin 
resistencia, una pasividad, un anonimato ya animal o infantil. 
la voluntad de lo tierno se produce a través de su evanescencia.

la caricia no actúa, no toma entre los posibles. 
el secreto que viola no la informa como una experiencia.
















el hecho primero de la significación se produce en el rostro. 
no es que el rostro reciba una significación con relación a algo. el rostro 
significa por sí mismo, un comportamiento cuerdo 
surgido ya a su luz, propaga la luz en la que se ve la luz.


el rostro en esta epifanía no resplandece 
como una forma que reviste un contenido, 
como una imagen, sino como la desnudez del principio, 
detrás de la cual ya no hay nada. 


Emmanuel Levinas
totalidad e infinito













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